El concebir la práctica antropológica como limitada a la producción de textos etnográficos ha conducido a una nueva esencialización de la etnografía, reducíendo la política de la antropología a su poética (Abu-Lughod 1991:149, Fardon 1990:23). Esa concepción puede ser refutada inclusive desde un punto de vista estadístico. Un gran número de antropólogos hacemos o hemos hecho cosas bastante distintas que escribir etnografías y tales actividades no pueden ser separadas arbitrariamente de la definición de nuestra práctica (Fahim y Helmer 1980). Lo que es más grave, plantear que nuestra producción y nuestros productos acaban en la mera representación escrita supone aislarse artificialmente del lenguaje y las acciones de la vida cotidiana. A partir de los textos etnográficos -y otros productos-de los antropólogos tienen lugar múltiples procesos sociales de apropiación, reelaboración y uso -deseados o no-en los cuales con frecuencia nosotros mismos participamos y respecto a cuyas implicaciones no podemos ser indiferentes.