Considerar los aspectos específicos de la acción pedagógica desde la perspectiva de las ciencias sociales no es un fenómeno nuevo. En realidad, las definiciones de los contenidos de la enseñanza, los métodos, los vínculos maestro-alumno, las prácticas institucionales, etc., siempre estuvieron asentados en alguna definición de la función social de la educación.
En el marco de la "pedagogía tradicional", por ejemplo, el conocimiento tenía el poder de "redimir" al hombre de su estado de ignorancia; por lo tanto, los ejes fundamentales del proceso pedagógico se ubicaban en los contenidos y en el actor que poseía el conocimiento (el maestro). El movimiento de la Escuela Nueva surgido en el marco de la crisis del racionalismo positivista puso el énfasis en el vínculo y no en los contenidos; de esta forma, pudo desarrollar una fuerte crítica al carácter autoritario de la pedagogía tradicional al tiempo que proponía una práctica pedagógica idealísticamente disociada de las prácticas sociales vigentes.
Posteriormente, la teoría de la modernización pedagógica expresada en el desarrollo de la planificación y la tecnología educativa se asentó en el supuesto de que la acción educativa podía ser tratada como un proceso productivo, donde los actores son concebidos como ejecutores de un programa pre-establecido basado en la eficiencia de sus resultados.