Cuando, la noche del 3 al 4 de junio de 1989, el régimen encabezado por Deng Xiaoping en la República Popular de China (RPCh) pasó a sofocar militarmente, con una ferocidad represiva estremecedora, al movimiento democrático estudiantil e intelectual movilizado en la Plaza de Tiananmen y sus alrededores, se puso también en movimiento un extendido aparato de distorsión y manipulación periodística y académica que, a escala mundial, aprovechó la ocasión, una vez más, para crear mayor confusión entre los distintos pueblos del orbe sobre las transformaciones que han sacudido dramáticamente a Europa Oriental y al Asia en los últimos años.
Ya sea por irresponsabilidad, ingenuidad o abierto afán manipulativo, innumerables medios de comunicación e instituciones académicas en todo el mundo no titubearon en calificar a la masacre de Tiananmen como a un otro "estertor" de un "falleciente comunismo" que, nuevamente, habría mostrado su fragilidad y caducidad. El régimen chino. Se pasó a argüir y aún se arguye, habría comprobado otra vez la indecencia del "comunismo". Esta retórica, sin embargo, insulta a la inteligencia y a la memoria. Como bien nos lo ha recordado William Hinton en un libro de factura reciente, Deng Xiaoping, Yang Shangkun y los otros "duros" que los acompañan no tienen un ápice de "revolucionarios" o "comunistas": Ya hace más de veinte años, durante la Revolución Cultural, Mao Zedong denunció a los actuales gobernantes de la RPCh como a una camarilla "pro capitalista" y predijo que, de hacerse Deng Xiaoping y sus colegas del poder en la China, estos transformarían al Partido Comunista de este país primero en un partido "revisionista" y luego en un partido con características "fascistas" (Hinton; 1990). Esto lo recuerdan hoy pocos periodistas y académicos ligados al "establishment" Occidental.