Los efectos de la globalización han contribuido, en gran medida, a un reposicionamiento y realineamiento de los Estados en el escenario internacional en las últimas décadas, principalmente ocasionado por el surgimiento de nuevas potencias emergentes y el declive relativo de las potencias hegemónicas tradicionales. En este contexto, se presencia el posicionamiento de la República Popular China como uno de los jugadores y estrategas más eficientes del nuevo milenio en el concierto internacional. Dado el crecimiento sin precedentes de China en las últimas décadas, su impacto en las economías mundiales se ha convertido en uno de los ejes centrales de los debates de las Relaciones Internacionales. Después de la crisis asiática de finales de la década de 1990, China emerge como uno de los principales socios comerciales en el Pacifico Asiático y a nivel mundial (Gutiérrez, 2001: 90) y, para el 2005, se posiciona como la tercera mayor potencia importadora y exportadora de mercancías de todo el mundo (Rosales y Kuwayama, 2007: 17). Por ende, en los últimos años, los posibles impactos del auge de China en la economía mundial han propiciado intensos debates académicos, políticos y económicos.