La corrupción constituye una de las mayores fuentes de inestabilidad política que amenaza a la frágil institucionalidad democrática de América Latina. Mal endémico, difícil de erradicar, atraviesa nuestras sociedades a todos los niveles, pero concentra su poder corrosivo sobre el sistema político minándolo por dentro y cimentando la desconfianza generalizada de la ciudadanía. En Panamá, la actitud ciudadana ante la corrupción alcanza también una doble dimensión problemática: por un lado, es fuente de repudio y desconfianza frente a las instituciones; por otro, fomenta y se apoya en una cultura generalizada de la corrupción, llamada en nuestro medio “el juega vivo”, según la cual está permitido violar las normas, siempre que no te pesquen. Esta doble dimensión del problema conduce a dos conclusiones peligrosas: que la corrupción es generalizada, en especial en la política y que nada podemos hacer frente a ella. Esta actitud hace del clientelismo ofrece una base peligrosa para el sistema electoral y para el enriquecimiento ilícito, el delito más difícil de combatir, ya que una buena parte de la ciudadanía lo asume como algo “normal”. Justamente es en este sentido que apunta el ensayo de Raúl Leis que presentamos, pues se trata de construir “calidad democrática”, evitando que “el dinero controle la política” y lograrlo requiere no sólo tomar las medidas jurídicas pertinentes para combatir este flagelo sino fomentar una nueva ética de la política que movilice a la ciudadanía.