Sobreviviente de las glaciaciones del pleistoceno y único representante de su grupo en América del Sur, el oso andino ha perdido poco a poco gran parte de su hábitat natural como consecuencia de la expansión progresiva de las actividades humanas hacia los bosques montanos y los páramos. Adicionalmente, es perseguido en muchos lugares por diversas razones que, de una u otra forma, reflejan la ausencia de una conciencia colectiva acerca del significado de un ambiente biodiverso. Hace poco más de dos décadas, un puñado de personas de diferentes instituciones, particularmente de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú, asumieron el reto de enfrentar ese conjunto de amenazas a la existencia de este centinela natural de la conservación en los Andes tropicales. Trabajando desde la academia, en organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, trillando las montañas en donde habita el oso o luchando desde los espacios de los zoológicos, el número de hombres y mujeres que han tomado como bandera la conservación del oso andino ha ido creciendo poco a poco. Pero para preservar la especie no basta con emprender acciones aisladas en un reducto andino en donde habitan unos pocos osos en estado de aislamiento. La existencia futura de un animal que necesita amplios espacios en un continuo de hábitats naturales requiere acciones de protección de sitios, control de cacería, restauración ecológica, investigación científica, lineamientos de política, educación y sensibilización, rehabilitación y reintroducción de animales, entre muchas otras acciones.