Desde hace veinte años, a pesar de sus innumerables riquezas naturales y humanas, los países del Tercer Mundo se desangran. La amortización de una deuda que se ha hecho colosal impide la satisfacción de las más elementales necesidades de su población. La deuda se ha convertido en un mecanismo muy sutil de dominación y el instrumento de una nueva colonización, que impide todo desarrollo humano duradero en el Sur. Las políticas que aplican los gobiernos endeudados son decididas, muy a menudo, más por los acreedores que por los Parlamentos de los países afectados. La iniciativa de condonación de la deuda, lanzada con bombo y platillos por el G7, el FMI y el Banco Mundial, bajo la presión de la mayor petición de la historia (24 millones de firmas recogidas entre 1998 y 2000), ha mostrado sus límites. Se ha de encarar un enfoque radicalmente diferente: la anulación simple y pura de esta deuda, inmoral y a menudo odiosa. Los autores dan respuesta a diversas objeciones. Una vez liberados de la deuda externa, ¿no corren el riesgo, los países, de volver a caer en la trampa de un endeudamiento insostenible? ¿No se beneficiarán los regímenes dictatoriales y corruptos de un segundo aliento gracias a la anulación de la deuda? ¿No van a pagar los contribuyentes de los países del Norte el coste de la anulación? Los autores demuestran que la anulación de la deuda, condición necesaria pero no suficiente, debe ir acompañada de otras medidas, tales como la recuperación de los -bienes mal conseguidos- y su retrocesión a las poblaciones que fueron expoliadas. Proponen vías alternativas de financiación, tanto sobre el plano local como en el plano internacional. Formulan también la pregunta: ¿Quién debe a quién? Apoyan la demanda de reparaciones propuesta por los movimientos sociales del Sur.